En nuestra vida, la emoción del miedo es necesaria. Nos avisa de los peligros y activa la prudencia. Es un mecanismo natural que nos permite sobrevivir. Y sobrevivir (o en alguna medida de intensidad menor, no pasarlo mal) es imprescindible para nuestro bienestar. No obstante, esta necesidad y conveniencia del miedo no implica que nos dejemos dominar por ello ni que nos bloqueemos. Cuando el miedo aparezca, conviene no ignorarlo y no dejarse bloquear por él. Ni tampoco nos ayuda distraernos, haciendo como si no existiera. Lo que nos ayuda es reconocerlo, darle su espacio y desapegarnos, desligarnos o desidentificarnos de él.

Nos ayuda entender que no somos lo que pensamos. Y que cuando pensamos algo, el hecho de pensarlo no significa que vaya a ocurrir. ¿O es que acaso por pensar que te va a tocar la lotería, finalmente te toca? No, eso no ocurre. Por eso, podemos decir que somos meros observadores de nuestros pensamientos, que no somos nuestros pensamientos.

Si no tomamos las riendas, es probable que nuestra mente acabe bombardeándonos (y así limitándonos) con pensamientos relacionados con el miedo. Nuestra tarea en ello consiste en desidentificarnos (dejar de identificarnos) con ellos. Y lo que ocurrirá es que, al hacerlo, perderán todo su poder.

¿Cómo podemos practicar esto? Sin duda, una de las herramientas más beneficiosas en este sentido es la meditación. Y también podemos practicar con otra herramienta más breve como la de “Sepárate de tus miedos”.

Habría varias opciones:

  • Cambio de estado.
  • Gestión de estados con fosfenos.

 

Gestión de estados con fosfenos

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